martes, 3 de septiembre de 2013

El origen

Todo blog tiene al menos un autor o autora, pero aquí, en nuestro caso, hay además un causante directo de la existencia de este blog que ni sospecha que lo es ya que para empezar ni sabe que el blog existe.

No es mi intención hablar de él, ni es este lugar para ello, ni sabría muy bien que decir. Pero si vendrá bien que cuente como es que el blog llego a existir.

Todo comenzo hace algún tiempo, quizá mucho. Leyendo un articulo de un periodista cuyos artículos y libros suelen gustarme. Desgraciadamente no recuerdo el titulo de aquel articulo e ignoro si la tentación de tratar de ponerme en contacto con su autor, para ver si el me lo puede decir o explicar como puedo dar de nuevo con ese articulo... llegara a vencerme o por el contrario terminare olvidando el asunto con un "no vale la pena molestarle por semejante chorrada mía, además a saber si dispone de tiempo para ello", por lo tanto es muy probable que el blog termine muriendo cuando le toque llegar a su fin sin poder refrescar la memoria sobre sus inicios.

Aun así, por supuesto, algo recuerdo.

Recuerdo que aquel articulo no me gusto nada. Se podría decir que incluso me molesto. A la vez me sorprendió y no es fácil, podéis creerme, sorprenderme.

Ambas cosas, la sensación de molestia y la sorpresa, se coaliaron para que a lo largo de los años me descubriera, ocasionalmente pero reiteradamente, pensando en ese articulo. En lo que allí se nos decía.

¿Qué se nos decía?

Bueno, el autor exponía una teoría, si original suya o no yo no lo sé, según la cual la mujer que amamos es un ideal que nos arrastra a irnos enamorando de las distintas mujeres que a lo largo de la vida nos vamos encontrando capaces de algún modo de reflejarlo o encarnarlo.

Yo que solo me he enamorado una vez en la vida, que llevaba por entonces unos 20 años enamorado de ella y que continuaba estandolo y que por todo ello había y continuaba pasando las de San Quintin y un poco más, encontré, o me pareció encontrar, que todo aquello no era más que una solemne tontería, tamaño Everest cuando menos, pero novedosa ya que nunca antes me la había encontrado ni a ella ni a ninguna otra que se le pareciera.

Al resultarme tan novedosa no encontré motivos para relegarla al cajón del olvido, en su lugar la atesore dispuesto a estudiarla. Buscaba pruebas que la desenmascararan como tal tontería que era o que bien me demostraran que en realidad el tonto era yo y que la tontería no eral tal salvo la que había en mi.

Fue pasando el tiempo. Y, continuo pasando.

Hoy por hoy estoy totalmente de acuerdo con aquella teoría. Ahora es también la mía.

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