domingo, 12 de abril de 2015

LA MUJER QUE YO AMO

El post anterior me lleva a dejar claro algo que es esencial en la mujer que yo pueda amar.

Necesito que sea ella una mirada abierta, al mundo y a la vida: Que todas sus creencias, hasta aquellas que le sean más importantes, esenciales, sagradas, fundamentales, sean creencias que este dispuesta a abandonarlas si descubre otras mejores y que instintivamente este su mirada y su mente abiertas a encontrar esas nuevas y más adecuadas creencias.


Que no sepa, que le sea imposible, emitir juicio alguno sin antes escuchar todas las partes implicadas.


Que prefiera el reino de la duda antes que el de la fe: Que no le aterre vivir entre las dudas, que sepa en cambio alimentarse en ellas. Que no necesite la fe para caminar por la vida, que hasta el último poro de su piel sepa que la fe nunca deja de ser una jaula, a veces con barrotes de oro, es cierto, pero jaula al fin y al cabo y a veces pura y simple trampa, mera emboscada que te tiende la vida.


Que en toda moneda sepa y quiera ver las dos cara y en toda joya las mil facetas.




Que prefiera descubrir que esta equivocada antes que seguir equivocada. Que tema al error, no descubrir el error.


Que sepa mirar de frente la oscuridad y que a la vez la respete como una parte más de la vida. Que comprenda que toda sombra nace de la luz y no de la oscuridad, que comprenda, sienta, que la única oscuridad real es lo invisible, lo que no vemos, lo que se nos escapa y que no hay mayor oscuridad que el no querer ver. Que por ello se sienta atraída por la oscuridad, ansié penetrar en ella, pues allá donde ella va lleva consigo su propia luz y esa luz ilumina la oscuridad y hace visible lo invisible.


Que no revista su alma de creencias ajenas, solo por que mil voces le hayan dicho que eso es lo que debe hacer y la puerta de entrada para ser aceptada como una más.


Que le guste conocerse, incluso conocer sus defectos, que no los tema, que los cace y luego mire si la incomodan o no, si se interponen en su camino o no, si le gustan o disgustan. Y, entonces, pero solo entonces, decida que hacer con ellos, si conservarlos o cambiarlos y decida, sí, cambiar todos los que la aten, la encadenen, la debiliten, le resten opciones, posibilidades, de alcanzar las metas que ella misma se marque. Pero solo por eso, por que sus metas no son siempre fáciles de alcanzar y su rutas, sus caminos, sus sendas no se recorren con pies lastrados, encadenados, atados. Y, son, esas, sus metas, su vida, pues no es su vida un lapso en el tiempo si no aquello que ella hace, siente y vive durante ese tiempo. Su vida no se puede medir en días, ni en horas, ni en años; su vida son sus metas, los caminos que recorre para llegar a ellas, el modo en que los recorre y lo que se va encontrando, descubriendo, aprendiendo mientras los recorre.


Pero sus otros defectos, esos que no son lastre, ni trampa, ni cadena, esos otros que en realidad no son defectos, que los ame si no la disgustan.


Que sepa ver como el mar cobija en sus seno a las montañas y a la vez baila en sus cumbres, y sepa, realmente, entender lo que acabo de decir pero no por que lo haya dicho yo, si no por que lo ha visto ella así y por ello lo sabe. Pues nada es yang, ni nada es yin, pero todo es yang y todo es yin. Y, su mirada, profunda, lo ve.




Por ello necesito que sepa y pueda ver la presencia del pasado, del presente y del futuro en la mirada de un niño que fue y a ese niño en la mirada del anciano que es ahora ese niño.
Y, viva, que todo lo existente lo es gracias a todo lo demás que existió, dentro de todo lo que existe y siendo parte esencial de todo lo que llegara a existir. Ella misma incluida. Y, que por ello nada humano le sea ajeno y nada real le sea extraño.


Que su belleza no sea la clase de belleza que el tiempo puede marchitar, si no esa otra belleza, misteriosa, intocable con los dedos de la mano y que brilla y brillara incluso cuando la muerte enamorada le llegué y no se la pueda llevar.

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